miércoles, 13 de agosto de 2008

MUCHO GUSTO, ENCANTADA DE CONOCERTE

Dicen que no se puede amar lo que no se conoce, que si no amas a tu Perú y te quieres ir lejos de él por uno u otro motivo, es de hecho, porque aún no miraste bien y volviste a mirar una y otra vez lo “lindo” que puede ser, tan colorido él, lleno de todo y todos, nada le falta; que aunque parezca un rompecabezas mal armado, ahí esta el gusto, pues no es igual a los otros, tiene ese no se qué incómodo que lo hace único.

El sábado que pasó decidí ir más allá de lo que mis ojos habían visto, hasta ahora, pobremente. Impulsada por mi curiosidad insaciable y por un trabajo que me dejaron en la universidad, me subí a un microbús-custer que me llevaría a San Martín de Porres para cumplir con mi investigación, y aunque no parezca, así tendría que ser, toda una investigación, pues yo (y no me enorgullezco de decirlo) nunca había ido a ese distrito.

Apenas subí al bus aproveché y me senté adelante, al lado del conductor, no se por qué, pero estaba segura de que eso me ayudaría bastante. El bus no estaba muy lleno aún, no se respiraba ese aire denso de cuando está repleto, y las ventanas aún podían permanecer abiertas ya que no había muchas personas que dijeran: “¡amiga!, ¿puedes cerrar tu ventana que estoy mal de la tos?”; de esas personas subieron después de un buen rato.
Comenzó el gran recorrido y yo tenía que conocer a mi chofer, y cuando digo conocer, es hacer todo lo posible por enterarme todo lo que pueda. Como me había subido sin saber que línea de buses era, empecé por ahí: “disculpe, ¿qué línea es?, dije, “es la línea 22 (…)” me respondió, y al ver que lo escribí en mi libretita, que es más cómodo y seguro que llevar una filmadora o grabadora, agregó: “(…)de la empresa NOR-LIMA S.A.”. Fue en realidad muy gracioso este primer contacto, y de ahí no pudimos parar de charlar en cada semáforo.

De cuando en cuando volteaba a ver como se iba llenando el bus, y después que salimos de Magdalena y entramos al Norte de Breña ya estaba lleno, había caras, olores y ruidos de todos los tipos, desde el comerciante más cargado hasta el gato más ruidoso (el cual no se calló hasta llegar a las Malvinas).

Lo que pude notar es que hay una diferencia muy marcada que tiene su punto central en el famoso “Parque de la Bandera”, desde que salí hasta que llegué a dicho parque, todo el recorrido fue literalmente tranquilo, no muchos comerciantes, no muchas paradas, no gatos, ventanas abiertas, entre cosas. Después que pasamos el parque, el bus se llenó cada vez más, las avenidas se coparon de comerciantes en todas sus clases, hacíamos paradas cada media cuadra (es una exageración), se subió el famoso gato que se bajó en las Malvinas, mágicamente se cerraron las ventanas, menos la mía, y es que sentarte adelante tiene sus grandes beneficios.
No puedo negar que la vista no era del todo agradable, ver tantos colores juntos, tantas cosas arrumadas y mal puestas; mírame y no me toques, como dice mi mamá, y ese olor peculiar que solo tienen esos lugares marea, pero aún así no dejó de ser divertido para mí; no lo sé, tal vez fue mi optimismo, o la emoción de conocer el famoso “Cono Norte”, o simplemente Edwin (el chofer), me hizo el viaje ligero y agradable,

Mientras conversaba con Edwin, y me contaba que hace cuatro meses está trabajando como chofer y ya tiene cuatro papeletas, de las cuales asegura que una no la merecía y que jamás ha intentado negociar con un policía, no pude evitar notar un gran cartel a la mano izquierda de la carretera Panamericana Norte que decía “40 Km./h”, lo que me llevó a mirar el controlador del kilometraje del bus, el cual sospeché desde un principio no estaría en 40, estaba en 70 Km./h, pero que más da, si hasta una moto entró en la carretera solo 5 segundos después que logre ver otro cartel, pero esta vez a la mano derecha, que denotaba que están prohibidas las motos; no obstante, seguramente el chofer de esa moto es muy cuidadoso, de hecho no le pasó nada, esta vez.

El camino siguió y una frase muy curiosa abarcó toda mi atención, solo un momento después de ver un taxi que se pasó la luz roja y llevaba personas bebiendo; “Toyota de lujo en el cajón, 8-2-8”, dijo el datero, no pude evitar preguntar que significaba eso, resulta que hay una empresa de transporte llamada “De Luxe”, y sus buses son de la marca Toyota, uno de estos buses estaba 8 minutos delante del bus donde iba yo, lo demás no considero que sea importante para explicar.
Fue después de ese dato que aceleramos, aún así tuve tiempo de ver entre colores grises, basura, olor a chicha, frutas y orines un edificio que mejoraba el lugar, era el Británico, alrededor de él estaban muchos locales grandes en donde todo el comercio se basa en herramientas para construcción y diseño de interiores.

Me di cuenta, mientras más avanzábamos, que a San Martín de Porres no le falta casi nada, solo algo más de orden, limpieza y mas policías en lugar de guardianes. Donde quiera que miraba sí, había basura y perros callejeros, pero también había gente trabajadora, locales importantes como el de Saga Falabella, Celima, La Clínica Jesús del Norte, el Terminal Terrestre de Fiori con su Servicentro San Pedro al lado, me di cuenta que no importaba que estuvieran pintadas las paredes con cosas como “CON ALAN EL PERU AVANZA”, porque detrás de esos muros viven personas que sin avanzan, con Alan o sin él, gracias a su creatividad y fuerza.

Decidí ir más allá de lo planeado y llegué hasta los Olivos, contemplé el enorme Mega Plaza, repleto de gente en busca de diversión y sano esparcimiento, con su reguetón de bienvenida, y albergando todo cuanto puedan necesitar los concurrentes. Por esos lares hay mucho movimiento, mucha distracción y pocos policías, en realidad solo había dos policías mujeres, una hablando por celular y la otra mirando no se a qué o quién; obviamente esto fue aprovechado por nuestro ya bien conocido Edwin, que hizo bajar en paradero prohibido a un padre y su hija, pero no pasa nada, que ¿para qué se hicieron las reglas?, ya se saben el resto.

Mi recorrido en bus terminó cuando llegue al cruce de la Panamericana Norte con la Av. Carlos Izaguirre. Es una zona muy parecida a Plaza San Miguel, y lo pienso así porque está Metro en un esquina, y en frente está McDonald’s y el Royal Plaza. Me bajé del bus, pero antes me despedí de mi guía, sin él no hubiera sido tan relax, por así decirlo, mi viaje. Cruzando la calle había una mini feria artesanal, tenía que entrar, era tan difícil caminar ahí dentro, créanme, pero eso no me detuvo y llegue hasta el puesto de libros, no me aguanté y pregunté: “¿tienes el libro A Sangre Fría?, lamentablemente no lo tenían, así que solo compré “La Caída del Héroe”, y muy barato por cierto, y es que en mi Perú hay precios para el alcance de cualquier bolsillo.

No describiré como fue el regreso, porque para ser franca, ni lo recuerdo, me quedé dormida; felizmente desperté cuando mi bus de regreso comenzó a entrar a mi distrito, me di cuenta lo diferentes que pueden ser unos de otros, aún estando en el mismo país, y lo que pasa es que habitar el mismo territorio no condiciona que la vida sea estandarizada, hay estratos, diferentes tipos de clases que se rigen por la economía, la educación, la raza (que personalmente opino es lo más ridículo), entre variantes. Es asombroso ver como de límite a límite una realidad puede cambiar tanto, como puede ser real que dentro de un Estado anómico las personas hayan tenido que ingeniárselas para satisfacer las necesidades que otros no colman por deber.

Los peruanos somos creativos, como decía en un panel gigante que vi, y es cierto, por poner ejemplos, pueden faltar policías, pero sobran los wachimanes, no alcanzan los camiones de basura, pero sobran los lugares donde depositarla por mientras, a algunos les falta Internet, pero siempre están las cabinas, los cafetines son muy caros, un emoliente siempre es mejor, no tenemos los taxis con taxímetro que salen en las películas, y es mejor así, podemos pedir rebaja, no alcanzó el presupuesto para terminar el tren eléctrico, para eso están las rapidísimas combis. Podría seguir y seguir, pero ya se haría más larga la crónica.

Como dije al principio, “no se ama lo que no se conoce”, yo aún no terminé de conocer el Perú donde vivo, y aunque a veces sienta ganas de no querer conocerlo más, creo que sería interesante hacerlo, es cierto que tiene un lado muy feo, como todo, pero no me quejo completamente , pienso que en lugar de perder tiempo en eso y no hacer nada, mejor disfruto de la cara bonita, y ayudo a mejorar la fea; aún no he pensado como, y no tengo todas las ganas de hacerlo, no obstante, creo que publicar esto es un buen comienzo, y si no es así, ya se me ocurrirá algo más, ideas le sobran al peruano, o ¿no?.